Hoy ya camina el mañana.
(Samuel Taylor Coleridge)

Siempre miro hacia el futuro tratando de no quedarme atascada en el pasado pero sin perder mis raíces, que son la base de lo que soy. Cada uno de nosotros, en el mundo de hoy, tiene más dificultades para mantener viva su raíz, sobre todo si ha cambiado de país y idiomas más de una vez en la vida.

Por accidente o mejor dicho por las opciones que he hecho, he tenido una vida bastante azarosa, definitivamente por nada aburrida. Provvengo de una familia grande y con muchas  raices que brotan por todas partes y no siempre he sido capaz de mantener los lazos.

Sin embargo, he tenido algunos encuentros importantes que me han dejado una marca.

Mi abuelo por parte de mi madre, era un abogado descendiente de una familia vasca de el norte de España, y se casó tres veces, mi abuela era la última de sus tres esposas; mi madre fue la última de sus ocho hermanos y hermanas. Mi abuelo, con el tiempo se convirtió en Presidente de la Corte Suprema de Chile y está siendo estudiado en los libros de la escuela de derecho; si digo esto sin explicación, me consideran loca, pero es así, ya que soy la última de los cinco hijos de mi madre.

Por el lado paterno, uno de sus hermanos – para mí el tío que llevaba los mejores pasteles de los domingos despues del almuerzo – era en realidad el Comandante en Jefe de la Fuerza Aérea de Chile, prematuramente dado de baja porque  divorció de su esposa (un pecado no aceptable para esos tiempos) y, además, vivió hasta su muerte con el gran amor de su vida, que tenía la culpa de ser una prima. Supe y conoci a su esposa cuando fui ya bastante grande, antes todo eso era un misterio, al menos para nosotros.

Nuestra casa era frecuentada por muchas personas, se organizaban fiestas familiares, recepciones, cenas, que para nosotros eran completamente normales. El timbre sonaba bastante a menudo y nadie se sorprendia. Mi madre decia siempre: donde comen dos comen tres y en el peor de los casos se añade agua a la sopa! Hemos tenido una vida social muy activa, y para nosotros esto era la norma.

En el verano, ibamos a la playa por casi dos meses, se jugaba con los primos y  amigos, antiguos y nuevos. Todo esto quizá era mucho más alegre que hoy en día, tanto porque, por supuesto, los recuerdos son nitidos y fuertes, pero todavía vienen desde muy lejos en el tiempo. Tuve una infancia feliz, eso es seguro.

Asistí con mis hermanas a una buena escuela católica, con monjas españolas, frecuentada solamente por estudiantes de sexo femenino, ahora sé que se ha convertido en mixto. Estamos hablando de los años 1960 en adelante.

Los tiempos estaban cambiando, y este cambio llegó a nuestra escuela en la figura de un sacerdote que iba a hacer la misa el viernes. Era muy buenmozo, como un Dios en la tierra para nosotras adolescentes; no hace falta decir que siempre tenía la iglesia llena, pero de lo que me acuerdo muy bien, es que fue la primera persona a la que escuche  hablar de un Jesucristo como de un hombre real. Él pidió a las monjas que sacaran todas las imágenes – a las quales estábamos acostumbradas- donde se veia un Cristo rubio, pálido, con los ojos azules y casi siempre sollozante! Y éste sacerdote tenía un carisma y una fe contagiosa que funzionaba como un imán.

Para nosotros fue un cambio enorme! Él nos hizo mirar todo con ojos nuevos, mucho más cerca de la realidad de los tiempos que viviamos, nos desperto y supo responder a muchas preguntas. Él nos abrió las puertas de un nuevo mundo.

 

Ese cura se convertirá con el tiempo en “un cura obrero” y pocos años después abandonó su parroquia, su familia, y se fue a vivir con la gente, con los trabajadores, compartiendo todo con ellos, el hambre, la angustia, incluso la represión de la dictadura de Pinochet como si fuera uno más entre ellos.

Y se convirtió en un símbolo de una forma diferente de entender la religión catolica, en un defensor de los derechos humanos sin duda amado a la locura y al mismo tiempo poco respetato por muchos, una víctima torturada por los militares en la época de la dictadura.

Hoy Don Mariano Puga tiene 83 años y continúa luchando por los derechos humanos, en un país que ha sufrido tanto por una dictadura que ha dividido a muchas familias, muchos niños quedaron sin padre ni madre y de los cuales aún no saben dónde están, los famosos “desaparecidos”. Una dictadura tan feroz como la de Augusto Pinochet dejó un país lleno de odio, resentimiento, dolor, con tantas personas que tuvieron que abandonar su país y que no podían volver. Ha dejado no sólo a los muertos, sino también a las personas con una vida totalmente dividida en “antes y después de Pinochet”.

Como datos oficiales se puede citar el Informe Rettig y otros documentos, elaborado después de la dictadura, que se ocupó del recuento de las víctimas de los militares y ha contados oficialmente 3.508 muertes (2.298 asesinados o ejecutados, 1.210 desapariciones forzadas, desaparecidos incluso en los “vuelos de la muerte”) y 28.259 víctimas de la tortura, la persecución, el exilio forzado o presos políticos, para un total de alrededor de 31.000 a 32.000 víctimas en varias capacidades del régimen, llevaron a 40,018 personas muertas o perseguidas, de acuerdo con un cálculo del 2011.  Todo esto en 17 años de dictadura militar.

Nosotros, los seres humanos somos increíbles, para el bien o para el mal. Podemos olvidarnos de muchas cosas, podemos ir adelante, perdonar es ciertamente más difícil, pero de alguna manera se sopravvivve y se continúa.

Todo esto comenzó en el 11/09/1973 y terminó alrededor de 1990, o sea que han pasado muchos años, pero aún hoy en día en Chile se habla del perdón y tambien esta vez don Mariano Puga siguió su conciencia y su corazón.

10 reclusos en una cárcel de Punta Peuco pidió perdón por los daños causados, durante la dictadura de Pinochet y el país se dividió de nuevo y Mariano Puga fue acusado de ser un traidor, ya que piensa que estas personas deben ser escuchadas.

Como siempre habló claramente y directamente y dijo: “en estos 40 años hemos sido muy lentos para trabajar por la verdad y la justicia. Y quién ha cometido crímenes horrendos no era capaz de pedir perdón. Mientras esto no se haga, nunca habrá paz entre los ciudadanos del pueblo chileno”. Añadió: “No podemos hablar de perdón si no se habla también de reparación y de justicia”.

No viviendo en mi país desde hace muchos años, nunca mas vi a don Mariano Puga, pero todavía tengo en mi corazón y en mi mente la claridad de su mirada, su fe contagiosa que me dejó el signo, y leyendo en los periódicos todos estos tristes hechos sentì la urgencia de contar que querían decir para nosotros, adolescentes, su revolución en la fe.