Han pasado más de 40 años desde la implementación del modelo neoliberal en Chile, si consideramos los procesos de intervención de USA desde 1963, los que se encuentran documentados en el poco debatido Informe Church del Congreso de EE UU, siendo las crisis institucionales, políticas, sociales y económicas bastante más frecuentes que los tiempos de aparente “progreso”.
La misma situación es posible constatar observando las realidades de Argentina y Brasil países que vivieron, al igual que Chile, procesos de intervencionismo que escalaron hasta los Golpes Militares, con todas sus consecuencias.
La explotación irracional de los recursos naturales y el endeudamiento interno para apoyar al consumo como motor de la economía, convirtieron las promesas de bienestar en dependencia de las transnacionales, desequilibrio económico-social, nuevas formas de pobreza y exclusión, concentración de la riqueza, debilitamiento del Estado y de su rol, formas de democracia más teóricas que reales.
Los gobiernos civiles que reemplazaron a los militares en el poder desde los 90, simplemente han administrado el mismo modelo, con una primera etapa de transición marcada por la frontera corta del “dentro de lo posible” y luego, desde Lagos hasta ahora con Bachelet, incorporando medidas de “perfeccionamiento” como la mayor cobertura educacional al costo de endeudamiento y de la calidad de la educación, proporcionando compensaciones en la forma del “pilar solidario” y “los bonos” para los crecientes sectores poblacionales con ingresos insuficientes, para cubrir el fracaso del modelo neoliberal y el desborde de los Movimientos Sociales.
Los partidos políticos, “abolidos” en dictadura, no han logrado volver a tener la capacidad de convocatoria que tenían hace 40 años. Los inscritos en partidos políticos son un mínimo preocupante que contrasta con el de los electores, los que se movilizan por la publicidad y los medios de comunicación. La idea de “votar por la persona” se impuso al costo de un vacío de ideas y militantes.
No ha tenido peor contrario el neoliberalismo que no sean sus propias contradicciones, no hay liderazgo más convocador que el proceso de maduración de sus conflictos de interés: AFP e ingresos insuficientes para una población de adultos que crece, Bancos con grandes utilidades y un crecimiento imprudente del endeudamiento interno, Salud de alto costo y bajo compromiso con las mayorías sociales, Educación que recrea las formas del Mercado sin definiciones de sus objetivos y finalidades.
La sobre utilización del “recurso de personalidades” de la clase política se agota, existe un envejecimiento de las ideas y una fatiga de nombres, los Movimientos Sociales y Territoriales de 2006, 2011, los casos de Magallanes y Aysén, por citar algunos, demostraron la ausencia de propuestas y partidos; en su reemplazo actúan las agencias de asesorías comunicacionales de alto costo.
La utilización de Bachelet para mantener a la clase política en La Moneda y el Congreso, utilizando inconsultamente las propuestas presentadas por los Movimientos Sociales y el “progresismo”, como parte de un programa, evidencia sus distancias con los autores intelectuales y viven nuevamente una crisis de vacío que complica las soluciones y la resolución de conflictos.
Inquieta que las “directivas” de la clase política, diputados y senadores, incluso los ministros coincidan en mantener la vigencia de sus “personalidades”, señalando a Bachelet como punto de partida y final de sus actuaciones. Concentrar la responsabilidad en la Presidenta es un modo fácil de mantener vigencia, pero con el riesgo de que en las calles se empiece a leer una frase peligrosa: “Que se vaya Bachelet”.
El Bien Común, la responsabilidad ciudadana, el compromiso con las generaciones que vienen indican que lo prudente es respaldar, con serenidad activa, las definiciones del país que queremos y las reformas que son necesarias, para hacer posible el reemplazo del modelo neoliberal por un modelo que considere la solidaridad y la colaboración entre las partes, como el modo inteligente de construir futuro y estabilidad.